Yo soy carne de cañón.
De cañones que saltan y escupen bombas desesperadas por darme,
de sonidos de ultratumba que vuelven, vuelven y vuelven.
Hoy mi autoestima me lo dice:
Eres carne de cañón.
De estupideces de parbulario hechas mujeres derechas,
de sombras que planean simultáneamente entre el vivir y el odiar.
Todos hemos sido, alguna vez, carne de cañón.
De llantos desconsolados que se pierden por canciones melódicas,
de poemas a media voz, agazapados por un hilo de voz dulce.
Estas letras son y serán carne de cañón.
De un tiempo que empezó al galope, trotando como un pura sangre,
y que de una bomba de aquel cañón se quedó firme, quito, finito.
Sería más sencillo si siempre fuera carne de cañón.
Y no intentara apartame, cambiando un rumbo determinado por noches de Luna llena,
pensando, sí, pensando y soñando que yo, algún día, sería alguna de vosotras.
Cuando en realidad no quiero.
Dejaré de ser carne de cañón.
Y lo haré hoy mismo, escribiendo y recibiendo lo que sí es importante.
Desvalijando el cajón de la ropa sucia y sacando al sol, las esperanzas de la piel de mañana.
Y mientras miro como se seca, llorar sin parar,
Y que ni siquiera duela.
[A vosotros, a vosotras, a todos los que decidísteis un día que sería vuestro punto flaco sobre el que posar vuestras angustias y aburrimientos crónicos. Salud]
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