domingo, 6 de abril de 2008

Amor a raudales

Yo nunca tuve amor. Ni lo tuve ni lo tengo. Mis padres no me daban besos antes de dormir, me felicitaban por mis notas o intentaban comprenderme, en vez de gritarme. Nunca tuve amor aunque sí respeto y señales de convicción que diera a entender que ese amor existía aunque no estuviera ahí físicamente.
Y como no tuve ese amor, me encargué de buscarlo por todos los rincones que encontraba, de entre las basuras y los cartones, de entre las estrellas encendidas y apagadas.

Pero no encontré gran cosa. Todos mis amores acababan desapareciendo, ya fueran los más funestos o los menos, porque nunca hubo ninguno bueno, nadie a quien hablar sinceramente, de quien pensar limpiamente. Y tampoco me dieron amor. Sólo me dieron crítica, aspavientos y un billete de vuelta y aun así yo seguía reclamando y pidiendo esa dosis que me habían prometido y que, desde el principio esperaba.
Aunque fuera unas migajas, mi dignidad se resentía y hacía caso omiso a mi propia conciencia, pidiendo y pidiendo únicamente para no sentirme más sola. Patético.

Y aún me encuentro y no encuentro. No tengo un amor, ni siquiera algo que contar a los amigos. No tengo cariño y mucho menos despertares. Nadie va a morir por mí y mucho menos sabrá nunca como soy en realidad.

La chica que ayer, ante la sorpresa de todos y de sí misma, puso boca abajo a un pequeño escarabajo que desde hacía rato intentaba ponerse derecho, con sus patitas haciendo aspavientos para poder seguir su camino. Esa soy yo, la que dudaba si sería buena idea ir a enderezarla pero que decidió que sí, que hacia alguien tendría que ir dirigido todo ese amor que nunca había podido dar.

No hay comentarios: